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CARTA A S. J. G.

Brownsville, enero 20 de 1993

S. J. G.
S. J.

Estimado hermano:
Saludos en el nombre del Señor.
Me siento contento al saber que nuestra iglesia cuenta con oficiales jóvenes que piensan, y que no tienen miedo de decir lo que piensan. Todavía no te conozco bien, pero me parece que tú eres uno de esos oficiales. Si es así, doy gracias a Dios por ello.
Después que di la charla [Por Favor, no Tuerzas Mi Camino] en la conferencia tú fuiste uno de los que me hizo preguntas, y al hacerlas dijiste que el folleto “Lo que Dice, y lo que Quiere Decir” casi te había convencido. Ese ‘casi’ da a entender que no estabas enteramente convencido de que el segundo mandamiento debe ser observado como hasta aquí está establecido en nuestra iglesia. He oído comentarios desaprobando el hecho de que haya oficiales de la iglesia que no entiendan, o no estén de acuerdo con nuestra doctrina, y quizás seas tú el aludido; yo, en cambio, aunque lamento que haya quienes no entiendan toda la doctrina, más lamento que haya quienes la combatan en forma solapada, pero ese no es tu caso. Tú, por lo menos, fuiste sincero al exponer tus dudas, y esa es una buena manera de salir de ellas.
Es cierto que el folleto que yo escribí es muy breve, pero ahora que pudiste leer el folleto de Vicente Amor, ya revisado ¿te quedan dudas?
Al hacer referencia a que los judíos rechazaban todo tipo de imágenes, dijiste que posiblemente eso fuera uno de los tantos extremismos en que ellos habían caído, y al respecto quiero hacerte una aclaración.
Una de las obras de Cristo fue la de magnificar y engrandecer la Ley; o sea, depurarla de defectos y de excesos. No quiere esto decir que la Ley de Dios tuviese defectos o excesos en sí misma, pues en ese caso no sería perfecta como es. Los excesos y los defectos estaban en la interpretación y en la práctica que los judíos habían hecho de la Ley. Por eso el Señor dijo repetidas veces: “Oísteis que fue dicho... más yo os digo...” y de esa manera corrigió la práctica de algunos mandamientos, pero no de todos. El hecho de que, con respecto a las imágenes, Cristo en nada censuró a los judíos, ni los judíos a Cristo, puede tomarse como fundamento para creer que los judíos del tiempo de Cristo no habían caído en defecto ni en excesos acerca del segundo mandamiento, y es históricamente sabido que los judíos del tiempo de Jesús rechazaban todas las imágenes, aunque no fueran ídolos. Claro que en aquellos tiempos no se conocía la fotografía, la imprenta ni otros medios fáciles de reproducir imágenes, por lo que todas tenían que ser hechas a mano, y por lo mismo serían bastante escasas.
Si Cristo hubiera llegado en el tiempo en que, para no ser sancionada, tu mamá tenía que buscar una lima para quitar una estrellita, casi invisible en un broche, de seguro que nos hubiera reprochado por exceso, por extremismo; pero si llegara ahora ¿no nos reprocharía por defecto, o sea, por falta de escrúpulo en la observancia de su Palabra?
Que yo recuerde, durante la actual administración nuestra iglesia ha dado cuatro pasos positivos para salir del extremismo en que había caído con respecto a las imágenes. El primero fue alrededor de 1967, cuando la Junta de Obispos permitió el uso de encajes y bordados, siempre y cuando no tuviesen imágenes. El segundo fue más o menos por el 1972, cuando salió una recomendación de conferencia anulando la prohibición que había del uso de la figura convencional con que se representa a una estrella, aclarando que no se refería a la imagen de una estrella de mar. El otro fue en la conferencia de 1973, donde se inició el consentimiento a usar dentadura postiza; y el cuarto fue en una de las reuniones de la pasada década, donde se dijo que no es necesario eliminar las imágenes de los envases o envolturas que traen los productos que compramos, pues como van a ser desechados, no hay que sentirse reprendido por algo que se cuela en nuestros campamentos, pero no por voluntad nuestra, y que al fin va a parar al depósito de la basura.
A mí me parece que estas determinaciones han sido necesarias y/o razonables, y a ellas no me opongo; con lo que no estoy de acuerdo es con que se esté consintiendo con que muchos hermanos tengan imágenes que no son necesarias, que se tienen por vanidad, o más bien por ceder a la atracción que siente el ser humano hacia las cosas que están prohibidas.
Que en la práctica se esté tolerando las imágenes indebidamente me disgusta, pero no me alarma. Lo que sí me preocupa mucho, y es por lo que me pronuncié así en mi charla, es que haya hermanos de alto rango que estén empeñados en que nuestra iglesia cambie oficialmente su fundamento doctrinal, y se “modernice” poniéndose a la par de otras iglesias, especialmente en lo que toca a la observancia del segundo y séptimo mandamientos. Yo insisto en afirmar que ningún obispo, ningún apóstol, ni ningún concilio tiene autoridad para cambiar la Ley divina, ni para darle una interpretación distinta a la que le da la misma Palabra de Dios.
Quizás pienses que esto, más que una carta fraternal, es un sermón doctrinal, y tal ves lo sea, pero al no tener la oportunidad de platicar directamente contigo de estos y otros asuntos que interesan a nuestra iglesia, me decidí a hablarte por medio del papel, y a pedirte que me hables de la misma manera hasta que tengamos la buena dicha de vernos juntos otra vez.
Lleve ésta mi saludo para G. y demás hermanos de ese lugar. Te aprecia tu hermano en Cristo,

Ob. B. Luis